Hace unos días mientras navegaba sin mucho rumbo por internet me topé con un artículo de Colin Wright, un conocido minimalista que he admirado e intentado emular durante años. Sus palabras me obligaron a reflexionar a pesar de la pereza que me dominaba y me hundía en la tela acolchonada de mi lugar de reposo. En esos momentos estaba sentada en el sofá del cuarto de televisión con pocas ganas de aprovechar la tarde. Es extraño, justo en esos días cuando la motivación se me escapa es cuando me encuentro con recordatorios o señales que me retan y obligan a pensar de nuevo. El ensayo hablaba de la extrañeza del tiempo y de cómo su compresión y expansión parece estar relacionada con el estatus actual del mundo, con la pandemia, la crisis climática y nuestros problemas personales. Sin duda alguna lo que más llamó mi atención del artículo fue un dato que probablemente no habría investigado sin un incentivo externo, y éste era que vivimos aproximadamente 4,000 semanas durante nuestra vida. Esta cifra puede variar entre sexos, por nuestro lugar de residencia, genética, etc. Quizá en un primer momento ese número parece muy abstracto y difícil de comprender, o puede que sea abrumador, como lo es imaginar el inconmensurable tamaño del universo. Las infografías que Tim Urban comparte en su blog son muy útiles para visualizar este concepto. Aquí una que ilustra en específico la vida de una persona de 90 años en semanas.
Cada año tiene 52 semanas que a ratos parecen pasar sin mucha pena ni gloria, y en las que son tediosas nos encontramos deseando que su paso se acelere. Mientras escribo esta entrada nos encontramos en la semana 41 del 2021, lo que significa que faltan 11 semanas para cerrar el año, y no sé muy bien cómo me siento al respecto. La pandemia me ha hecho sentir que no he sido productiva en muchos aspectos, para mis estándares pre-pandémicos podría parecer que la mayor parte de mis semanas la he desperdiciado y que me he estancado en un mismo sitio. Esa misma tarde que leí el artículo de Wright me pregunté qué es lo que hace que nuestra percepción del tiempo cambie cada semana o cada año y encontré algunas investigaciones interesantes que hablan sobre el tema y que analizo a continuación.
La subestimada capacidad de asombro
Según un artículo publicado en la revista Pshycological Science, la capacidad de asombro es un factor que afecta nuestra percepción del tiempo, cuando nos asombramos por las cosas más nimias parece que el tiempo se expande y que tenemos más horas disponibles para hacer las actividades que nos gustan. En este siglo en el que parece que todo lo que pudo haber sido inventado ya fue inventado y en el que en un solo clic podemos obtener todo lo que siempre quisimos, parece extremadamente difícil sorprenderse de veras de lo que sucede frente a nuestras narices. ¿Cómo podemos cultivar la capacidad de asombro cuando las cámaras de nuestros celulares parecen ver mejor que nuestros propios ojos? Cuando me hago esta pregunta pienso automáticamente en mi abuela, que cada vez que ve un atardecer o un arcoíris, por más corrientes que sean, se asombra auténticamente. En esas ocasiones nunca pierde la oportunidad de decirme –Paola, ¿ya viste?– Su emoción me obliga a observar de nuevo el paisaje y encontrar detalles que había pasado por alto. En todos los sitios que visito intento recordar esta práctica sencilla y la verdad es que nunca falla, siempre hay un montón de minucias que funcionan como portales hacia un estado de fluidez o flow.
Otra práctica que me ha ayudado a cultivar mi capacidad de asombro es escribir en mi diario de gratitud. Desde hace cuatro años antes de dormir escribo tres cosas por las que doy gracias. Agradecer por cosas tan simples como poder respirar, tener agua potable, tener un techo bajo el cual refugiarme me ha enseñado a encontrar valor en todos lados. Este hábito también me recuerda que en muchos aspectos soy una persona privilegiada pero que en cualquier momento las cosas pueden cambiar, es por eso que estar en el presente y disfrutar cada momento que el universo nos regala es de suma importancia.
El miedo, un amigo incomprendido
Hay otras publicaciones que analizan la percepción del tiempo desde otro frente. En una investigación de la Universidad de New South Wales se halló que en experiencias extremas, como el paracaidismo, es posible que el miedo y el estrés puedan expandir la percepción del tiempo. En nuestra cabeza una mala experiencia puede durar mucho más de lo que dicta oficialmente el reloj. Para los paracaidistas que sí disfrutan la caída libre, el tiempo parece pasar en un abrir y cerrar de ojos. Quizá este estudio nos puede ayudar a comprender por qué nuestros mejores años parecen pasar demasiado rápido y los difíciles no tanto, como estos dos últimos años de pandemia y encierro intermitente.
Mi primer salto en paracaídas cuando tenía 16 años.
Cómo interpretamos lo que pasa afecta la calidad de nuestras experiencias. Ver la vida a través de la lente del miedo puede tener efectos terribles. Pero si tenemos la curiosidad y la valentía de investigar nuestro miedo podemos darnos cuenta de que en realidad éste es un amigo incomprendido. Pongo como ejemplo mi miedo en la escalada, cuando me encuentro escalado en punta muchas veces me dice cosas como “Te vas a lastimar si caes mal” o “Ese agarre está muy lejos, ni de chiste lo vas a alcanzar”. El miedo en realidad quiere protegernos, pero en un segundo nivel revela en qué cosas debemos trabajar. En estas semanas que quedan del año 2021 me he propuesto escuchar más a mis miedos, pero no para estancarme, sino para arriesgarme un poco más y obligarme a salir de mi zona de confort.
La felicidad es fluidez
En otro estudio publicado en Journal of Personality and Social Psychology, los autores Vohs y Schmeichel argumentan que estar en el presente también puede alargar la percepción del tiempo. Esta tesis es similar a la de Mihály Csíkszentmihályi, autor del popular libro titulado Flow. El estado de fluidez que describe Csíkszentmihályi es un estado de concentración profunda que nos permite fusionarnos con la actividad que estamos realizando. Este estado puede alterar el tiempo y hacernos creer que las horas pasan en minutos o que los minutos pasan a ser horas. Uno de los argumentos del libro es que las personas que con frecuencia experimentan ese estado de fluidez se sienten fuertes, activas, creativas y concentradas. Aunque el escritor húngaro-estadounidense argumenta que ese estado puede alcanzarse haciendo actividades “extremas” como la escalada en roca, la realidad es que se puede experimentar con todo lo que hacemos en nuestros días y semanas.
Pablo Covarrubias y Diego Covarrubias escalando un 5.11c en Bernal
En estas 11 semanas que restan del año me gustaría cultivar más ese estado de fluidez. Este es el segundo fin de semana consecutivo que vuelvo a las zonas de escalada que más me gustan. El domingo pude encadenar un viejo proyecto que tenía trabajado pero que no había podido terminar. Esta vez intenté mantenerme en el presente y alejar mis miedos mientras repetía el mismo mantra que Colin O’Brady se repitió mientras cruzaba la Antártida sin asistencia: I’m strong, I’m capable. Desconozco cuánto tiempo pasó del momento en el que me puse el arnés y del momento en el que tocaba las cadenas de la ruta. En mi ascenso sentí que los minutos estaban a mi favor y que se fusionaron a mis deseos y objetivos. Supongo que así se siente el estado de fluidez y que uno de sus resultados es la ligereza que experimenté una vez que me encontré de nuevo en el suelo. Quiero tener ese sentimiento todas las semanas de mi vida, quizá no será fácil pero me he comprometido con realizar con constancia las actividades que me llenan y que sobre todo requieren mi atención completa.
En Jilotepec encadenando Beluga, 5.10b.