He visitado una decena de veces el Xinantécatl –mejor conocido como el Nevado de Toluca– y en esas múltiples visitas he hecho cumbre tan sólo unas cinco. El sábado pasado volví a subir el imponente volcán, pero ahora por una ruta que era inédita para mí: La arista del oso.
Toda nueva ruta alberga una oportunidad de aprendizaje que en un inicio nos es desconocida. En las faldas de la montaña es difícil auscultar la prometida lección, a las tres de la mañana la impenetrable oscuridad tan solo cede al lejano brillo de las estrellas.
Unos días antes, cuando planeábamos el ascenso al volcán decidimos hacerlo en la madrugada para llegar a la cima cuando los primeros rayos del sol rozaran las rocas milenarias que descansan en la cumbre. Ver el amanecer en el punto más alto de aquella montaña sonaba desafiante y emocionante. Tras meses de no hacer nada de cardio y sin haberme curado del todo de una lesión de cadera y rodilla, no sabía qué esperar de mi desempeño, sentí miedo de quedar rezagada por un equipo fuerte y motivado. Pero recordé dos cosas que me prometí practicar a inicios de este año, 1) Ser más curiosa 2) Disfrutar el proceso. Si uno va a cualquier sitio con ganas de aprender no habrá en realidad fracasos.
Mi buen amigo Felipe Flores, quien ya había subido varias veces la ruta, lideró al grupo por un sendero rodeado de pinos y oyameles. A pesar de comenzar con pasos cortos sentí los estragos de la altura muy pronto. ¿Cuánto faltará para la cima?, me pregunté como lo hacen los niños cuando sienten la urgencia de llegar a un destino más prometedor. Mi mente comenzó a lanzarme todo tipo de pensamientos negativos e incongruentes. Me concentré en mi respiración y por periodos cortos lograba ver la escena como un testigo externo. Dislocarse de la escena a ratos puede llegar a ser muy útil en este tipo de retos, nos obliga a ver las cosas con objetividad y simpleza. Sin embargo, la inminente llegada de la dificultad en el terrero me volvía a colocar dentro de mis pensamientos. Necesito comer algo o me voy a desmayar. Apreté el pasó y seguí por la pendiente la silueta de Mariana. A varios metros delante Felipe F. y Pablo avanzaban como una maquinaria infalible. Diego y Felipe, dos de los miembros más fuertes del grupo, cerraban la línea.
Nos detuvimos en una parte de la ruta que ya comenzaba a mostrar una inclinación significativa. Felipe F. nos anunció que venía una parte dura, que fuéramos a nuestro paso sin prisa alguna. Me atiborré del trail mix de nueces y M&M’s y deseé que me llenaran de energía. Comencé a moverme nuevamente y en menos de un minuto sentí mi pulso y mi respiración acelerarse. Busqué en mi interior alguna herramienta que me ayudara a subir y de pronto recordé las palabras que Colin O’Brady –el único hombre en cruzar la Antártida a pie en tan solo 21 días– se había repetido a sí mismo para lograr su extraordinaria hazaña. “I’m strong, I’m capable”. Al principio repetí aquel mantra con renuencia, me sentí un poco ridícula y canalla por robarle un retazo de su mentalidad a un atleta de alto rendimiento. Pero como decía Picasso, “Los grandes artistas copian, los genios roban”. Seguí repitiendo el mantra como un autómata y para mi sorpresa sus efectos llegaron puntuales. Subí el arenal congelado con paso constante, me sentí como la navaja de una guillotina, fría y exacta. Llegué a un hermoso y oportuno descanso en donde Felipe F. y Pablo nos esperaban para comer un merecido sándwich de mermelada con crema de cacahuate.
Con la energía y los ánimos recargados nos pusimos nuevamente en marcha. El cielo comenzaba a clarear con rapidez, observé cómo la negrura de la madrugada se disipaba y se tornaba más plomiza. Acercarse a la cima también significa que las ráfagas del viento serán más violentas, que el frío calará un poco más y que la altura nos hará sentir el peso de la gravedad. A esas alturas de la travesía continué repitiendo el mantra de O’Brady, pero sin duda alguna lo que más me impulsó a seguir fue la compañía. El buen humor de los amigos se contagia más rápido que una gripe. Cantamos retazos de canciones pegajosas como Doctor Psiquiatra de Gloria Trevi, In the End de Linkin Park y TUSA. El tiempo pasó y de pronto el amanecer nos sorprendió a varios metros de la cumbre. Un festín de colores se esparció por un cielo cítrico y fresco. Esta era una de las razones por las que habíamos venido, y vaya que había valido la pena.
Llegamos a la cima aproximadamente una hora después. La vista era inmejorable y de ensueño. Mientras me devoraba otro sándwich reflexioné acerca de la importancia de salir de nuestra zona de confort. El frío que me congelaba las orejas, la nariz y las manos era jodidamente incómodo pero también placentero porque me hacía sentir viva y enérgica. Después del merecido descanso nos levantamos y nos preparamos para la siguiente cima, porque en la montaña siempre hay dos cimas. Una que roza el cielo, y otra que roza nuestra casa, o en esa ocasión la camioneta que esperaba en el estacionamiento.